La noche era fresca y seguí un rato en la terraza, leyendo el diario de viaje de Greene en el Congo, bajo la luz débil de una lámpara. "Cuando uno viaja lejos —escribió el autor inglés—, también viaja en el tiempo. Hace una semana, a esta misma hora, me encontraba en Bruselas, pero me siento separado de aquel día semanas, no días. En 1957, viajé más de setenta mil kilómetros y llevo viajando desde que tengo treinta años. ¿Es ésa la razón por la que mi vida me parece tan interminablemente larga?" Pensé que aquella nota de Greene era la exacta respuesta a una pregunta que, con perplejidad, se hacía siempre Bruce Chatwin: "¿Por qué los hombres vagan por el mundo en lugar de quedarse quietos?" Y me dije que, tal vez, viajar es tan sólo una carrera contra la vejez y la muerte.
Luego, me apoye en la baranda y durante un rato contemplé la noche africana y las sombras móviles de los mendigos. Ellos también viajaban siempre, un repetido viaje de cada jornada en la oscuridad de unas pocas calles conocidas. ¿Les parecería su vida interminablemente larga? Lo probable es que la sintieran insoportablemente larga, fatalmente interminable.
"Vagabundo en Africa"